–Siendo el programa de la medianoche de mayor share de la radio argentina, ¿no le resulta raro que no haya recibido otra propuesta más allá de la de Nacional?
–No, no me parece raro desde el punto de vista de que el programa que hacemos es caro. Y no se paga directamente sino indirectamente. Es decir: el programa no vende en ese horario una publicidad que alcance a solventar sus gastos, que son numerosos, ya que somos muchos, alquilamos los lugares desde donde transmitimos, hay que trasladar equipos... ¿Para qué le sirve La venganza será terrible a una radio? En primer lugar, porque es el programa de mayor audiencia de la medianoche desde hace décadas. Ese alto rating sirve indirectamente para que la emisora se posicione mejor en “la general”, lo que permite cobrar un cacho más el segundo de publicidad, ya no de mi programa sino del de la mañana, que es más caro. Es un beneficio indirecto que, incluso, es más perceptible si la radio anda y factura muy bien. De este modo explico por qué me despidieron de la 10, no porque yo haya hablado bien de Chávez.
–Su llegada a Nacional, sin embargo, causó polémica por el cachet que va a cobrar.
–No estoy al tanto. Sólo quiero decir que lo que voy a ganar en Nacional es la mitad de lo que me pagaba Radio 10.
–Se dice que va a cobrar 70 mil pesos mensuales...
–Se dice bien, pero lo que no se dice es que esos 70 mil pesos pagan a diez personas, Gillespi, Barton, yo, Schultz, los tres muchachos que cantan y la producción. Pagan también sonido y gastos de gira. Además, ¿quién decide cuánto debo ganar? ¿O alguien le pregunta a Joaquín Morales Solá cuánto gana? ¿Cuánto se creen que ganaba en la 10? Para venir a Nacional tuve que hacer un esfuerzo muy grande, que no obedece a cuestiones políticas. Yo no estoy en Nacional porque apoyo al Gobierno, sino porque fue la única radio que me hizo una propuesta. No es un gran pase ni un gran negocio para mí. Estar en Nacional es el peor pase de mi vida. Nunca he hecho un pase así en términos económicos, técnicos y en cuanto a las posibilidades. Lo único que falta es que ahora haya problemas porque esté en Nacional. Hubo problemas cuando me fui a la 10 y ahora también. Así están las cosas. Estamos en Nacional porque no hay más remedio. Tanto es así que vamos a estar al aire cuatro días a la semana, no los cinco, ya que no me alcanza para pagar a los muchachos. El ciclo irá de lunes a jueves, y los viernes la radio me da la libertad para que hagamos alguna otra cosa que permita emparejar la guita.
–¿Que sólo haya recibido una propuesta de Nacional se debe al costo del programa o a su posición política?
–Tengo un programa que funciona hace 25 años y nunca ha perdido ni media hora. Si eso no amerita que me hagan una oferta... Aquellos que creen que necesito apoyar alguna política, cualquiera sea, para conseguir trabajo, están equivocados. No acostumbro hablar de mí en un reportaje, pero no me dejan opción: muchachos, La venganza será terrible no es un programa de aficionados simpáticos. ¿Creen que debo apoyar al gobierno nacional para trabajar en Nacional? Mire qué vivo soy: me fui de Radio 10 para ganar la mitad al precio de apoyar al Gobierno. Un gran negocio.
–¿Qué representa para usted el medio en el que está?
–No mucho, diría que nada. En primer lugar porque el programa tiene características que hacen que estemos afuera de la radio. Yo veo a los tipos que me contratan dos veces por año. Esa es una razón, si se quiere liviana. En segundo lugar, porque yo no soy un periodista político. Y en tercer término, sea porque lo que yo digo a la madrugada no les importa, o porque tienen un cierto respeto, nadie me dice lo que tengo que decir. Ni en Radio 10, ni en Continental ni en Nacional. Alguna vez diré entre todas las radios progresistas y fascistas en las que estuve cuál ha sido más rígida en sus prescripciones.
–¿No cree que cuando el programa comenzó, en 1985, el público lo elegía como una opción para el entretenimiento cultural y hoy es más un bálsamo, ante la realidad de un medio que va en búsqueda de la noticia las 24 horas?
–Podría ser que el cambio del contexto modifica no la obra en sí, sino el efecto que la obra causa. A lo mejor el componente teatral, no estar pendiente de lo periodístico, convierte al programa en un oasis para diferenciarse de lo que la radio brinda todo el tiempo. Al principio era para entretenerse y divertirse, y después se transformó casi en un remedio: en aquel entonces queríamos divertirnos y ahora necesitamos descansar de nuestras indignaciones. Tal vez estamos tan estimulados para indignarnos todo el tiempo que por ahí necesitamos por un rato que dejen de hacerlo. Eso ya no es mérito del programa sino del contexto que le asigna una función distinta a la que le daba hace unos años. El contexto social y político tiene que influir en el programa, lo que es imposible saber es cómo. Un contexto represor, tirano puede producir un arte hierático, tradicional, como en Egipto, pero a veces esa misma dureza del poder produce un arte revulsivo, que se rebela: el caso del régimen que dio lugar a la Revolución Francesa. El contexto influye en nosotros pero no sabemos de qué manera. No puede haber un artista que diga que no registra su época. El artista es su época.
Pensamiento mágico,
medios y política
Uno de sus pasatiempos preferidos, confiesa, es encender la radio y hacer “unas expediciones a los arrabales del dial, donde me he topado con pastores y adivinos, tipos que te hacen poner la mano sobre la radio o que te mandan a buscar un vaso de agua porque ese acto tendría no sé qué misterioso poder...”. Esa suerte de “continuidad de la Edad Media” en el éter, dice, genera un pensamiento mágico que se traslada a los oyentes y que invadió ámbitos que deberían ser racionales, como el deporte o la política. “Cada vez más vivimos en una sociedad en la que hay que esperar el efecto de un puñado de sal echado en una rodilla, o la utilización de una determinada y mágica corbata. Me indigno ante la superstición, tan usual entre la farándula argentina, porque desprecia el trabajo”, puntualiza el escritor.–¿Que la farándula tenga tanto lugar en los medios hace que sus formas, por identificación o aspiración, se trasladen a la gente?
–La gente sigue las ideas de las personas que admira. Pero eso no sería tan grave. La opinión de las personas famosas inciden en campos más delicados. Cuando la farándula empieza a filosofar y opinar políticamente empiezan otras dificultades que le hacen peor al país.
–2009 fue paradigmático en ese sentido, ya que la inseguridad se debatió más por personajes famosos que por interlocutores con conocimiento de causa.
–Las personas con cierta notoriedad pública no pueden considerarse ciudadanos comunes, saben que sus opiniones arrastran la voluntad de miles o millones. Habría que pensar cómo se forma la opinión mayoritaria. ¿Es que la farándula o los agentes mediáticos representan una opinión preexistente, o es que el grado de manipulación ha llegado a ser perfeccionado de tal modo que esa opinión es generada desde los medios? El sistema ha hecho que ahora ni siquiera haya que esperar la opinión del público para saber si algo tiene éxito. El éxito ya viene construido con el producto, viene de fábrica. No hay que esperar el veredicto del público sobre determinado asunto porque ya el público no tiene esa tonicidad: los agentes mediáticos le arrebataron ese derecho. Se sale a decir algo y eso ya es. Jactarse de representar la opinión mayoritaria de la sociedad cuando las opiniones las fabrica uno es, al menos, perverso.
–Sobre todo si esa construcción afecta sensiblemente a la sociedad.
–En el caso de la inseguridad el asunto se torna insoportable. Rápidamente se construye un sentido común que olvida los principios elementales de una discusión seria. Y porque además de preguntarse sobre los daños sociales que producen los delitos interpersonales, como los robos, habría que indagar sobre los daños sociales que causan los delitos cometidos por grandes corporaciones, los desastres ecológicos, quiebras fraudulentas, crisis financieras que se ocasionan por falta de pagos... Habría que comparar y analizar qué delito causa más daño a la sociedad. Otro punto es que el editorial sobre las noticias policiales no lo hace un editorialista, ni siquiera un famoso: la hace la víctima o los familiares cercanos, que desde luego están indignados.
–La mayor cantidad de medios y la repetición de la misma noticia policial generan la sensación de que hay más delitos.
–La última etapa del proceso es que a partir de la descripción que la víctima hace de un hecho policial se describe el país. Es un mecanismo perverso tan sencillo que no sé cómo no resulta evidente. El sistema crea una mayoría, encarga la opinión sociológica a la víctima de un delito y describe la realidad del país a través de un hecho policial. Es un vicio del pensamiento insoportable. Con eso se genera una indignación generalizada y un partido político, que por ahora no tiene forma jurídica, pero que si la tuviera, seguramente ganaría las elecciones.
–¿Cree que la sociedad actual, paradójicamente con mayores canales de información que nunca, es víctima inocente de ese sistema?
–Se confunde una lógica del desatino y un sentido común basado en falsedades o en razonamientos demenciales. El problema del Gobierno con el Banco Central se convierte en el centro de las conversaciones de todas las peluquerías. De pronto, tipos que como yo no sabían para qué sirve el Banco Central empiezan a expresar una opinión. La tendencia hace que la gente pase del desconocimiento más absoluto a la opinión más astuta. Porque, además, ni siquiera es una opinión cualquiera: la opinión que anda en la calle, la que recogen los noteros –esos cosechadores de desatinos– es ya una opinión llena de astucia, que ha ido y ha vuelto. Los que desconocen un asunto, lo primero que aprenden es la astucia, esa desconfianza que se representa con la guiñada de ojo. Es espantoso. Qué es esto de la astucia como virtud de los que desconocen un asunto.
–¿Pero esa relación entre sociedad y medios no existía treinta años atrás?
–Probablemente, quizá con menor potencia, pero a mí me parece que antes había algún escrúpulo. Hoy, los medios de comunicación o los empresarios que los manejan no tienen escrúpulo alguno. Periodistas hay de todo: buenos y malos, gente que no tendrá más remedio que decir lo que les dicen y otros que pensarán de esa manera. El inconveniente es que en este contexto la discusión política resulta innecesaria. ¿Para qué se necesita si ya con describir la realidad a través de un hecho policial se encuentra un discurso que genera indignación? ¿Para qué quiero hablar de política? No me conviene. Hablar de política es hablar del rol del Estado y señalar cuáles son las políticas del Gobierno y cuáles las de la oposición. Las políticas son acciones que llevan a un resultado. Por ejemplo: privilegiar el crecimiento del mercado interno es una política, tomar deuda es otra, hacer que el Estado intervenga para modificar las desigualdades que el mercado crea es una, dejar que el mercado dicte lo suyo es otra... No hay discusión política porque hay sectores que prefieren que no la haya. ¿Y entonces de qué hablan? De que le afanaron al cuñado. Nadie dice de dónde proviene la desigualdad social, el desamparo, que crea una circunstancia social donde la delincuencia es un elemento que se filtra.
–Hay estadísticas que demuestran que la pobreza no es sinónimo de delincuencia, sino que hay otros factores como la desigualdad social, la redistribución del ingreso o el nivel de corrupción o impunidad, que generan las condiciones para que la violencia social surja.
–Es que esta gente cree o quiere hacer creer que la delincuencia proviene de los sectores más humildes. Por eso hay que discutir sobre los daños de los delitos que cometen los poderosos, que incluso tienen aceptación social. Las empresas toman créditos por encima de sus posibilidades y generan un quilombo infernal a la economía doméstica de millones de tipos, y el Estado sale a rescatarlos. El prejuicio de la pobreza como base de la delincuencia es propio de los poderosos. También me da por pensar que, después de todo, son tantas las agresiones y los delitos perpetrados contra los que menos tienen que hasta diría que la clase media la está sacando barata: la reacción podría haber sido mucho peor.
–Después de este reportaje no va a faltar quien diga que es kirchnerista.
–No soy kirchnerista. No digo que sea un desatino estar en contra del Gobierno. El desatino es estar en contra del Gobierno por eso y no por otras cosas. Yo también encuentro en la gestión ciertos perfiles muy criticables. Probablemente el Gobierno no hizo todo lo que podía hacer respecto de la inseguridad, pero no ha sido peor de lo que han hecho otros gobiernos. Tampoco creo que la inseguridad actual sea peor o significativamente mayor a la que hubo históricamente. La inseguridad no es un tema a partir del cual se pueda describir una situación política.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/12-16739-2010-01-24.html